Quería dirigir un negocio que le permitiera explotar su innato don de gentes y su vocación de servicio. Joven, resolutiva y ambiciosa en lo profesional. Rosa Cabello decidió poner en orden dos de las prioridades que más la acuciaban: ser madre y dirigir un negocio.
A punto de cruzar los 30 años, Rosa Cabello decidió poner en orden dos de las prioridades que más la acuciaban: ser madre y dirigir un negocio. El pragmatismo que gobierna muchas de las decisiones de esta granadina afincada en Linares priorizó su faceta de empresaria: “Pensé que me daría más libertad y es verdad. El negocio se va a asentar rápido y me va a permitir afrontar la maternidad pronto y con mayor comodidad que desde mi anterior trabajo”. Un comentario que hace nueve meses después de abrir una franquicia de LDC, una singular central portuguesa que está revolucionando la administración de fincas.
La decisión
Tras valorar otras opciones del sector servicios como asistencia a dependientes o guardería, Rosa consideró que la administración de fincas se acercaba más a su formación de licenciada en Empresariales. Además quería gestionar un negocio que le ofreciera no sólo el contacto directo con el cliente sino sentirse útil solucionándole problemas. Junto a su socio (y marido), el ingeniero y empresario Miguel Ángel de la O, identificaron en este sector una oportunidad por considerar que una gestión profesional tendría mucho que aportar a una actividad aún anclada en presupuestos de hace décadas. La sorpresa llegó cuando leyendo una revista especializada descubrieron LDC, una franquicia que –a priori– operaba bajo los presupuestos deseados: “Era perfecto, permitía introducirnos en un sector ajeno a nosotros con un nombre, imagen y una forma de actuar que parecía ya probada con éxito en Portugal”. En junio de 2007 contactaron con sus representantes y durante todo el verano sopesaron pros y contras.
La hora de la verdad
En septiembre se firmaba el contrato y en enero de este año, LDC abría su segunda franquicia española en Linares. La inversión se ajustó a los 45.000 euros previstos por la central pese a ubicarse en un local superior a los 40 m2 solicitados. Ahora, había que vender el servicio. Aunque, Rosa reconoce que los primeros clientes llegaron gracias a contactos personales “cuando se comprueba que la fórmula de trabajo y su transparencia funcionan (los propietarios de la comunidad pueden conocer cuentas e informaciones a través de Internet), corre la voz”. El futuro se ve con optimismo y está convencida de que el negocio entrará en beneficios antes de cumplir su primer años, eso sí, no sin esfuerzo. Hoy, con los 30 cumplidos, Rosa ve como uno de sus dos mayores deseos se hace realidad.
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